Molinero en los campos

Molinero en los campos

Don Bonetto colocó y arregló molinos de viento por tres décadas en los campos ganaderos del departamento San Justo, en Córdoba. Hoy, su historia y su oficio siguen viajando a los potreros a través de su hijo y su nieto, molineros de segunda y tercera generación. 

La gente de antes decía que el molino era el peón barato”, dice Don Bonetto, de Villa Concepción del Tío, Córdoba, quien fue molinero durante 32 años en los alrededores de “La Villa”, como se conoce al pueblo. “Porque un molino trabaja solo, con el viento… si no viene una tormenta que se lo lleve, dura 40, 50 años, o más”.

Los molinos de viento son máquinas que sirven para extraer agua y fueron cruciales en el desarrollo de la vida y la producción en el campo argentino. El molino les permitió a las familias obtener agua del suelo tanto para vivir, como para darle de beber a los animales. Se convirtió, también, en un elemento característico del paisaje de la pampa argentina con su torre, la rueda con paletas en la cima y la cola que la orienta en dirección al viento. A los pies de la torre, un tanque para almacenar el agua siempre lo acompaña.

Los comienzos como molinero

Le voy a decir la verdad”, comienza Don Bonetto, “antes de empezar con los molinos agarramos un trabajo en El Tío (localidad a 7 km de Villa Concepción) para techar los galpones del ferrocarril que los había llevado el viento. Cuando estábamos terminando de techar esos galpones un muchacho de La Francia vino y me preguntó: “¿Usted qué hace?”, y yo le dije “Estoy por dedicarme a otra cosa, pero estoy haciendo esto”. “¿Y a qué se va a dedicar?”. “A los molinos”, le respondí. Me dijo: “Vaya hasta mi casa en La Francia que yo tengo un trabajo que darle”, y ahí empecé, ahí puse el primer molino

Se llama Francisco Domingo Bonetto, “pero casi nadie me dice Francisco porque no saben. Soy del 44, tengo 80 años. Empecé a poner molinos en el 76 o 77. Al molino en La Francia lo pusimos nosotros, paramos la torre, hicimos el pozo y lo pusimos, empecé trabajando con un muchacho Demichelis pero un año nomás, poquito, y después seguí con mi señora, íbamos con mi señora al campo. Cuando ya más o menos tuve una mejor situación sí puse peones, pero al principio era mi señora, la Charo. La Charo me ayudaba en todo, a sacar los caños, poníamos un aparejo y lo levantábamos, con la llave… Ella me ayudó unos años y cuando ya pude poner peones ella no fue más”.

La Charo es Clemencia del Rosario Peralta, su esposa, y fueron molineros juntos casi una década. Su hijo menor, Flavio, más conocido como Oven, cuenta: “Empezó de corajudo, coraje de él nomás, y con mi mamá trabajó más o menos 7, 8 años, habíamos nacido todos nosotros y nos llevaban con ellos al campo, éramos 6, nos dejaban en la sombra para que jugáramos”. 

Don Bonetto sigue: “En aquella época se ponían molinos sobre todo para darle agua a los animales, ahora hay pocos, pero en mi tiempo estaba lleno de animales. Se ponían muchos molinos, en cada campo había 3, 4, molinos. Ahora no, son muchas bombas sumergibles”.

Los molinos y el agua mala

El molino tiene una torre fija que es alta y en la cima sostiene a la rueda. La rueda con aspas, más conocidas en el campo como paletas, gira al ponerse en contacto con el viento, es decir, capta la energía del viento y entra en funcionamiento. Esa energía del viento es transformada en un movimiento vertical continuo que permite la extracción del agua gracias a un sistema compuesto por engranajes, caños, varillas, válvulas, cilindros y cueros. La típica cola del molino que está detrás de la rueda, es la que orienta a la rueda en dirección al viento. 

Un sistema importante es el de frenado; cuando el tanque que almacena el agua está lleno, el molino se puede frenar para que no trabaje innecesariamente, bajando una palanca que cumple esa función, y este sistema también es crucial durante las tormentas con fuertes vientos, ya que al estar el molino inactivo y la rueda con las paletas “trabadas”, el molino está más protegido.

La torre puede tener de 3, 5, 6 metros”, dice Bonetto, y Oven acota: “9, 10, 11 y más también”. Don Bonetto sigue: “Depende de dónde se pone… cuando el terreno es bajo la torre tiene que ser más alta para que le dé el viento, o cuando hay muchas plantas, el molino tiene que pasar arriba de las plantas… o hay que cortar todas las plantas, una de dos”, acota riendo y termina: “y en una loma no hace falta que sea tan alto. Depende del terreno”.

A dónde poner el molino lo decidía el dueño del campo, en esa época también había gente que buscaba el agua buena, con un palo, qué se yo cómo hacían…” recuerda riendo. “Pero ellos te decían “perforá acá, hacé el pozo acá… y muchas veces le erraban y no servía el agua. Había agua pero no servía, y ahí había que cambiar de lugar el molino. Muchas veces usted lo ponía, parecía que el agua servía y después cuando empezaba a sacar mucho no servía más. Por eso se le mandaba a hacer un análisis al agua. Pero yo que andaba mucho… se notaba cuando era mala, no sé hasta qué extremo, porque hay agua que hasta a las vacas las mata. Y usted se da cuenta porque cuando trabaja se nota en las manos, el agua cuando es mala las manos se empiezan a quebrajear, a secarse mucho, y cuando usted la prueba, cuando tiene mucho arsénico es amarga, es un veneno”. 

Los molinos, el trabajo y la familia

Se necesitan dos personas como mínimo para poner un molino, y para ponerlo podíamos tardar 2 días, pero depende, podíamos demorar 5, 6 días también. Eso depende porque hay que hacer el pozo y hay pozos que se hacen rápido pero otros cuesta mucho, porque en ese tiempo se hacía con una sonda, ahora se hace con una máquina, pero esa sonda era un caño de dos metros que abajo tenía una válvula y tres puntas, entonces usted largaba ese caño y iba pegando, con una soga lo va moviendo y eso va cargando tierra, lo saca, se vuelca afuera el barro y así va sondeando. Eso era a mano. Se demoraba porque por ahí eran pozos muy duros, la tierra muy dura, otros por la arena… en ese tiempo con la sonda lo más difícil era la arena. Ahora es diferente, lo que yo hacía en una semana ellos lo hacen en medio día con la máquina”. 

En ese tiempo era muy difícil”, dice Don Bonetto. Él hacía pozos “a primer agua”, que tenían entre 20 y 30 metros de profundidad, y ahora los semisurgentes, por ejemplo, están a 120, 130 metros. Oven continúa: “La gran diferencia es cuando hacemos la perforación, yo la hago en un día. Antes estábamos una semana… el cansancio no es el mismo. Ahora si al pozo lo empiezo a las 9 de la mañana, a las 3 de la tarde está terminado, y poner el molino también, si empezás temprano a la tarde ya está. Son dos días, un día haces la perforación y al otro ponés el molino”.

Oven dice que “antes estaban una semana” haciendo el pozo, porque él también trabajó con su papá. “A los 13 años empecé a laburar con él, para ayudarle, ahí aprendí y seguí. Primero hacía los trabajos más livianos y después los más pesados. A la mañana estudiaba y a la tarde me iba a trabajar con él. Nada más que yo me hice la perforadora”. Y ahora él sale con su hijo, mi nieto, dice Don Bonetto. Oven sigue: Tiene 19 años. Francisco Diego Bonetto, las mismas iniciales que él, dice señalando al orgulloso abuelo. “Es Riojano, nació en La Rioja. Nomás que a él no le gustan las perforaciones, a él le gusta arreglar molinos. Porque en la perforación dice que está mucho al pedo, como trabaja la máquina, no él…”. 

Oven es molinero desde hace 32 años, los mismos años que su papá lo fue en los campos; ahora también su hijo, la tercera generación, aprende el oficio. Don Bonetto, sin embargo, no está jubilado del todo porque el saber adquirido le permite actuar de asesor. “Es más, a mí se me ata la rama y acudo al jefe, al Bonetto viejo…”, dice Oven señalando a Don Bonetto. “La experiencia… Cuando estoy en el campo y no sé cómo solucionar algo, le hablo por teléfono. Siempre es mejor la opinión del que sabe. Son cosas puntuales, qué puede ser algún ruido o cuando pasa algo, porque él tiene más experiencia con molinos… y cuando estamos ahí afuera arreglando las máquinas él también va y te dice “es así, mirá cómo va esto o lo otro”. Por ahí es porfiado también”. 

Ahora cada tanto se pone algún molino, pero la mayoría de los trabajos es con bombas. Pero se siguen colocando y se venden molinos nuevos… sí arreglamos molinos. A los molinos se les rompe la máquina, los caños, lo más seguido es cambiar los cueros, que se gastan, que están en un cilindro. Si es un semisurgente, están a 12, 13 metros de hondo y se cambian una vez por año, si es un primer agua lo tenes a 5, 6 metros, o afuera de la tierra y duran más. Se cambian las varillas. El semisurgente se rompe más que el primer agua, porque todo el sistema se esfuerza mucho más porque está más hondo, y el agua del semisurgente pica muy mucho los caños. Mientras más buena es el agua para los animales, más pica los caños si es semisurgente

En el primer agua no hace tanta fuerza el molino, los cilindros están más arriba. También es depende del uso, como ahora al agua que saca el molino la usan solo para fumigar, está mucho tiempo cerrado el molino, se usa solo en los meses de fumigación y por eso se gasta y se rompe menos. Esos molinos que se usan para fumigar son los que se usaban para los animales todos los días y ahí sí el uso era más. Si había 4 molinos, ahora dejan uno solo y los otros se empiezan a caer, se rompen, pero depende del dueño del campo, algunos los mantienen a todos. Nosotros sacamos molinos también, los desarmamos”.

Los riesgos en el molino

Yo estoy así cómo estoy porque me caí de arriba de un molino. Es peligroso…”, sentencia Don Bonetto. “Fue en mi último día de trabajo, hace 15 años y medio. Tengo toda la columna rota. Fue el último día de trabajo… a lo mejor no me hubiera pasado si hubiera seguido trabajando… Lo que pasa es que yo trabajaba sin cinturón, así sin nada, sin atarme… tantos años que hacía que yo trabajaba… Para mí, pararme arriba de una tabla de un molino era lo mismo que estar parado acá en el piso, y ese día quise quebrar un fierro con una masa y me giró y me tumbó al suelo. Estaba trabajando con él cuando me caí”. “Se cayó de 9 metros de alto”, dice su hijo, “el 27 de abril de 2009, el día del cumpleaños mío”. El padre sigue: “Una sola vez me había pasado algo, trabajando de este lado de Coyunda, estaba arriba de la tabla, se me quebró la tabla y quedé agarrado de la cola del molino, pero eso culpa de que yo no me até nunca, yo trabajaba así nomás. Por eso también me caí”.

Oven cuenta: “Yo cuando empecé a trabajar pedí un cinturón prestado y después me compré uno. Ahora somos 3 trabajando y tengo 3 cinturones de seguridad. Se agarran a la torre, tienen un cinto que se llama freno que le das una vuelta a la torre y te lo enganchás de nuevo en la cintura. Yo tuve un accidente, me corté los dedos con la soga de un generador, cuando arrancó explotó y la soga arrancó para el otro lado y me sacó la punta de los dedos, pero no me molesta para nada, los uso como si estuvieran completos. La vida del molinero…

La vida del molinero

A mí me gusta”, dice Oven con calma. “Porque disfrutás de la naturaleza al máximo. Me gusta el campo para ir a trabajar… no para ir a vivir, porque a uno le gusta salir todos los días a dar una vuelta, y en el campo no podés… Pero me gustan los atardeceres del campo, es muy lindo”.

Don Bonetto recuerda: “Yo soy nacido en Córdoba, después estuve en muchos lados. Y me vine a vivir acá a la Villa en el ‘70, pero yo andaba siempre acá porque yo vivía en El Tío, yo era verdulero, andaba en la calle vendiendo así en un camioncito con alto parlante, con eso andaba vendiendo. Pero estaba poco en donde vivía, viví en Temple, en Tránsito, en Arroyito, en El Tío… Por eso yo me crié andando en la calle, tuve un trabajo en una empresa pero no me gustó. Me gustaba andar”.

Y como molinero anduvo, y haciendo un trabajo vital e imprescindible en la época, marcando la geografía de los campos. 

Fue un trabajo muy tranquilo”, termina Don Bonetto. 

Por Natalí Ruatta Contigiani

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