Pacuca Bioingeniería, cómo es el modelo que transforma efluentes porcinos en energía para una población de 5 mil habitantes
Con una planta de biogás pionera en el país, la empresa convierte un pasivo ambiental de la producción intensiva de porcinos de su criadero, en un activo productivo que genera reducción de emisiones contaminantes, obtención de fertiriego y rédito económico, entre otros beneficios.
La gestión de efluentes es uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la producción intensiva de porcinos, ya que sin un tratamiento adecuado pueden convertirse en un serio contaminante ambiental. En este contexto, Pacuca Bioingeniería se posiciona como una de las empresas pioneras en la Argentina en transformar este pasivo ambiental en un activo productivo.
La compañía comenzó a construir su planta de biogás en 2019 y la finalizó en 2020, en el marco del programa RenovAR del gobierno nacional que otorgó del BISE, impulsado para incrementar la producción de energía limpia en el país. Se trata de una de las pocas plantas en funcionamiento que utiliza exclusivamente el estiércol proveniente de efluentes de la producción porcina, un sustrato que, en términos de generación de biogás, presenta mayores desafíos que otros como el de tambos o la cama de pollo.

Actualmente, el 93% de los insumos utilizados para producir biogás provienen directamente del criadero porcino. “Más allá del negocio de la generación de energía, el objetivo fue transformar un pasivo como los efluentes en un activo”, explica Daniel Fenoglio, presidente de Pacuca Bioingeniería.
Un proceso circular
El proceso comienza con un sistema de cañerías subterráneas que conecta los distintos sitios de producción con la planta de biogás. Allí, el sustrato líquido ingresa a un primer digestor, donde bacterias cetogénicas y metanogénicas transforman los sólidos en gas metano. Luego de un proceso de limpieza, el biogás alimenta un grupo electrógeno que produce un megavatio por hora, equivalente a 24 megavatios diarios, energía suficiente para abastecer a una población de aproximadamente 5.000 habitantes. Esa energía generada se inyecta a la red eléctrica nacional a través de un contrato firmado por 20 años con CAMMESA, entidad que gestiona el mercado eléctrico mayorista de Argentina, la cual recibe diariamente todos los megavatios producidos.
A su vez, desde hace dos años, la empresa monitorea sus emisiones de dióxido de carbono a través de un ente regulador ambiental. En 2025, los resultados indicaron que Pacuca Bioingeniería emitió menos CO₂ del que se produciría sin este proceso de tratamiento, con una reducción equivalente al consumo de 2.851 autos a nafta circulando durante un año completo.
El aprovechamiento de los efluentes no termina en la generación de energía. El material que sale de la planta se separa en sólido y líquido: el sólido se destina a compostaje y el líquido se utiliza para fertirriego en los campos de la empresa, cerrando un esquema de economía circular y reduciendo el uso de insumos químicos.
Este modelo se potencia con otra ventaja competitiva de la producción porcina argentina. La producción local de granos, principalmente maíz y soja -que representan cerca del 70% de la dieta del cerdo-, se encuentra entre las menos contaminantes del mundo. En este sentido, cuentan con 500 ha. agrícolas con cultivos de maíz y soja que procesan en sus dos plantas de alimentos balanceados, produciendo 96 mil toneladas al año de alimentos propios para sus animales. “Si a eso se le suma una planta de biogás y la fertilización de cultivos sin químicos, la producción se vuelve mucho más atractiva, especialmente para los mercados internacionales”, señala Fenoglio.

El objetivo es alcanzar el 100% de aprovechamiento de los efluentes porcinos y avanzar hacia sistemas agrícolas que prescindan de fertilizantes químicos, consolidando un modelo productivo eficiente, sustentable y con proyección global.
Una empresa de ciclo completo
La planta de Biogás está integrada a otros dos negocios de la empresa: el criadero Pacuca S.A, que funciona desde hace más de 25 años en la ciudad de Roque Pérez a pocos kilómetros de los biodigestores, y el frigorífico Cabaña Argentina ubicado en General Las Heras.
Fenoglio, que también está a cargo de presidir ambas firmas, comparte que el criadero “comenzó con 1000 cerdas productivas y, luego de una mejora genética, hoy cuenta con 7 mil”. Además, llevan 230 mil cerdos producidos con 130 kilos y obtienen 20 mil animales a la venta por mes con todo el ciclo completo.
A su vez, en el frigorífico procesan sus propios cerdos y de terceros para comercializar carne porcina seleccionada fresca y embutidos. “Nos dimos cuenta de que los 3 o 4 kilos que se producían por año, iban todos a la producción de fiambre, pero teníamos ansias de crecer y la única manera que entendíamos era que se consumiera carne fresca. Empezamos a estar presentes en los supermercados y así visibilizamos de a poco a la carne de cerdo”, recuerda. Con un enfoque hacia la exportación, actualmente se encuentran finalizando una construcción que lo convertirá en el “principal frigorífico de Argentina con mucha tecnología de última generación”, asegura su representante y agrega que allí también “trabajan con tratamiento de efluentes y cuentan con una planta de barros activados compacta”.
Producción porcina y consumo interno
En la Argentina, el consumo total de las tres principales carnes alcanza los 110 kilos per cápita anuales, con una distribución cada vez más equilibrada: 46 kilos de carne vacuna, 45 de pollo y 20 de carne de cerdo. Aunque el cerdo todavía ocupa el tercer lugar, luego de la carne vacuna y el pollo, el crecimiento sostenido del consumo refleja un cambio cultural que el sector busca profundizar.
“El objetivo es que el cerdo sea una carne para todos los días, no solo asociada al lechón de las fiestas”, señala Daniel Fenoglio, quien además es presidente de la Federación Porcina Argentina (FPA). A su vez, el directivo, destaca la buena articulación con las cadenas de la carne vacuna y aviar, enfatizando que “mientras la carne bovina mantiene su perfil exportador, la carne porcina puede posicionarse como una alternativa estratégica para completar la dieta proteica del mercado interno”.
A esto se suma un aspecto clave: la carne de cerdo es una de las más saludables, con menor contenido graso y un mejor perfil de ácidos grasos. El consumidor está cada vez más informado sobre estos beneficios, aunque uno de los desafíos pendientes es afianzar el eslabón comercial para que las carnicerías incorporen más cortes porcinos, entendiendo que con una correcta presentación y desposte esta carne puede resultar incluso más rentable que la vacuna.

Tecnología y genética de vanguardia
La producción porcina argentina crece desde hace más de dos décadas a un ritmo promedio de entre 3 y 5% anual, impulsada por fuertes inversiones, ampliación de criaderos y un marcado salto en productividad. “Hoy, la genética disponible en el país es comparable a la de los principales productores mundiales, con tiempos de adopción mucho más rápidos que en el pasado”, afirma el presidente de la FPA, confirmando además que el sector porcino es el más avanzado en la incorporación de tecnología en su producción con sistemas de alimentación de precisión con chips que ajustan la dieta de cada animal y monitorean su peso, temperatura y ciclos reproductivos; herramientas de inteligencia artificial que detectan enfermedades a partir del sonido de la tos de los cerdos; instalaciones con ambientes controlados, con ventilación, evaporadores y manejo climático automatizado, entre otros.
Mercados en movimiento
Argentina produce entre 800.000 y 900.000 toneladas anuales de carne de cerdo, mientras que las importaciones rondan las 60.000 toneladas, principalmente desde Brasil. Si bien Fenoglio explica que “el volumen no es determinante”, describe que “el impacto se siente en la estructura de precios”: las importaciones se concentran en tres o cuatro cortes de alto valor, lo que desarma el equilibrio económico de la faena y el desposte local.
A esto se suman diferencias regulatorias. Brasil está autorizado a utilizar promotores de crecimiento, lo que reduce sus costos entre un 5 y un 10%. En cambio, Argentina prohibió estos productos en 2006. La falta de regulación clara sobre la ractopamina, aprobada en el Codex pero no reglamentada, genera además confusión en mercados internacionales como China o España, que rechazan este insumo y, erróneamente, presumen su uso en la producción local.
En cuanto a la exportación, el presidente de la Federación recuerda que “cuando se produjo la apertura del mercado chino, Argentina llegó a exportar 45.000 toneladas, pero hoy ese volumen se redujo a unas 12.000 toneladas anuales, con habilitación solo para carne”. Sin embargo, “el gran potencial está en los subproductos como cabezas y patitas que no tienen demanda local y podrían exportarse a valores cercanos a 3.000 dólares la tonelada”, asegura. A pesar de que el protocolo sanitario con China ya fue negociado y aceptado, el país asiático exige la firma del presidente de la Nación u otro funcionario de alto nivel para habilitar el acuerdo. “Iban a ir en noviembre, pero el Swap americano retrasó el viaje que, según prometieron, se realizará en abril de 2026”.
Además de China, Argentina exporta a Filipinas, Uruguay, Singapur y más de 35 mercados, lo que representa cerca del 70% de los destinos a los que exporta Brasil, aunque con una escala productiva mucho menor.
En un contexto donde la porcicultura es hoy una de las actividades agroindustriales con mayor desarrollo, crecimiento productivo e incorporación de tecnología e innovación, experiencias como la de Pacuca Bioingeniería muestran cómo la porcicultura argentina puede avanzar hacia un modelo productivo más eficiente, sustentable y alineado con las exigencias ambientales y comerciales de los mercados actuales y futuros.
Por Paola Papaleo.
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